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La Neosegregación y la Posinclusión


Piernas de persona con parálisis

Prime time de la televisión, un conductor o conductora compasiva, el sonidista con el índice al cañón del tablero para dar play a la melodía con violines en el momento adecuado y, una causa en juego. Finalizado el programa nos sentiremos mejor. Vimos por un rato a los “anormales” en la televisión, dimos nuestra cuota de caridad, pensamos; “pobrecita” o “pobrecito” y nos vamos a la cama rogando que nunca nos pase, como si el cuco de la discapacidad estuviera siempre dentro del closet acechándonos.

Según datos de la OMS (Organización Mundial de la Salud) en la actualidad el 15% de la población mundial tiene alguna discapacidad, es decir, unas 1000 millones de personas de 6000 millones que conforman la población mundial. Según INDEC ,en Argentina, habría un porcentaje similar, de un 10, 2% de la población. Desde la historia más antigua tenemos registros de la existencia de personas con "mal formaciones", descritas en numerosas imágenes y libros. Sin embargo, aún en los albores del siglo XXI, el tema parece seguir incomodando y se buscan bellas maneras de mostrarlo para ponerlo a la altura de la mayoría privilegiada. Sigue siendo una deuda pendiente visibilizar la diversidad funcional y lograr la tan anhelada sociedad inclusiva.

En la percepción social de la discapacidad prevalecieron y convivieron tres modelo; el primer modelo es el de prescindencia que supone que la discapacidad tiene un origen religioso por lo cual las personas son consideran inútiles, el resultado de esta concepción es la marginación al ámbito privado y una relación de dependencia total de la persona en condición de discapacidad con un otro, su cuidador o cuidadora. Este modelo es el que actualmente se ve encarnado en expresiones del tipo: “es un angelito”, “una prueba de Dios” o “Una bendición”. El Segundo modelo es el rehabilitador, en el cual se cambia el paradigma anterior por la idea de que toda persona con discapacidad puede ser “normalizada” mediante exigentes e intensivos tratamientos médicos que la llevaran a cumplir con las expectativas y parámetros de la mayoría de la sociedad. El costo de esto suele recaer absolutamente en el paciente causando estrés, sentimientos de frustración y autoexigencia desmedida. El último y tercer modelo es el social, se acerca un poco más a lo que algunos colectivos contemporáneos están demandando. Dado que se vincula a los derechos humanos, este modelo pone en tensión la percepción que la sociedad tiene sobre la discapacidad, mediante la cual se establecen las barreras para impedir que los diversos funcionales sean incluidos. Pero a pesar de tener una vasta bibliografía y testimonios de protagonistas hablando, tratando de explicar lo que pasa por el cuerpo de las personas con discapacidad todos los días, en la calle, en las instituciones y en la sociedad en general, nos encerramos en la idea de que los discapacitados no pueden hablar, decidir y /o movilizarse por sus propios medios y por eso es que conservamos una gran tradición en hacerlo todo por ellos, incluso hablar.

¿y cómo hablamos? Desde la compasión y la caridad absoluta. Nos da lástima ver a personas limitadas, padeciendo algún tipo de enfermedad, pero enseguida miramos al cielo con los ojos cerrados rogando que ese calvario quede lo más lejos posible de nuestras vidas, olvidándonos de que la semana pasada, después del entrenamiento, nos dio un tirón en la espalda que nos impidió llegar al vaso de la alacena de arriba, donde toda la vida lo guardamos. El tema es que, de algún modo, las nuevas formas de abordar la diversidad funcional desde el Estado, los medios de comunicación y las teorías que se utilizan (si es que se utiliza alguna) no dejan de ser el mismo perro con distinto collar.Visibilizar a una persona con discapacidad en el prime time del canal no es ser inclusivo, sobre todo si lo que enseña es a ver el caso desde una perspectiva de condolencia o heroísmo y, peor aún, cuando se muestra así porque es lo que vende. En primer lugar hay que saber que no todos los diversos funcionales son como los que vemos en televisión. Niños con síndrome de Down amorosos y dóciles en campos de girasoles, adultos con parálisis profesionales y exitosos o enfermos de cáncer enyoguizados. Porque la discapacidad es tan diversa como las personas, hay que saber que existen diferentes grados en las enfermedades neurocognitivas y en las parálisis. Que algunas personas babean, no controlan esfínteres, gritan al hablar o tienen tics nerviosos, entre otras cosas, en un universo de diferencias que particulariza cada caso. Pero además de esas características vivimos en un mundo y en un país que nunca desarrolló políticas de Estado dignas para los diversos funcionales. porque siempre se los ha visto desde el modelo de prescindencia, como seres inútiles, que significan un gasto y no una inversión para el Estado. Lo que explica el deficitario presupuesto destinado a la salud, pensión y desarrollo para el colectivo.

No se puede negar que en los últimos años ha habido avances, el paradigma se ha inclinado más hacia lo social, pero en definitiva no ha dado resultados estructurales significativos a la problemática. Porque con charlas de concientización para la comunidad y talleres de huerta y panadería no se ha podido evitar el ajuste fatal de pensiones y servicios para personas con discapacidad aplicado en los últimos cuatro años y que ya se cobró varias vidas. La mentira que engloba la seudo empatía que está de moda, no es más que un nuevo modo de discriminar y segregar. Las personas ya no son tan ocultas como en siglos anteriores, pero sí están condenadas a repetir el ejemplo de otros; ser exitosos luchadores contra su propia dolencia, lucha que por supuesto no eligieron. Quien no llegue al modelo, será porque no lo quiso, porque no puso suficiente esfuerzo, desresponsabilizando así al Estado de sus obligaciones. Pero la neosegregación del colectivo de los diversos funcionales no viene sola, la acompaña una posinclusión que va mas allá de las rampas (en la mayoría de los casos mal hechas) en los espacios públicos, el baño con accesibilidad en los bares y los colectivos “adaptados”. Esta nueva forma de inclusión, incluye, valga la redundancia y la ironía, a los medios de comunicación.

Multiplataformas y realitys son los medios predilectos. Por un lado; programas en tiempo real que juegan con la sensibilidad y el morbo del público generando en los espectadores la necesidad insaciable de ver lágrimas y padecimiento para su entretenimiento y tranquilidad moral. Por el otro lado; las redes sociales, donde con un buen filtro, juego de luces y Full HD cualquier defecto queda cool. La estética de lo transparente quita cualquier incomodidad que pueda aparecer al ver a una persona calva por quimio, una prótesis de titanio pagada en dólares o incluso una sala de terapia intensiva.

La llegada de los diversos funcionales a los medios masivos de comunicación sin dudas ha significado un avance en la visibilización de la problemática, que si no fuera por el abandono del Estado, la falta de políticas públicas, la ausencia de empatía de profesionales e instituciones y las falencias en la educación para integrar a las personas con discapacidad, no estaríamos hablando de un problema.

No está mal ver diversos funcionales en la televisión, pero los queremos como parte no como objeto de entretenimiento. Los queremos en la televisión, en las plazas, en los negocios, en las escuelas, en las universidades y en cada rincón al que vayamos y hasta que eso no suceda, la inclusión seguirá siendo una mentira y una nueva manera de segregar.


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